Historia de un hombre, reflejo de una generación

Existen lugares donde parece haberse detenido el tiempo, donde los años han pasado de largo dejando intactas las costumbres y los lugares; el campo es uno de ellos, al menos en apariencia, pues debajo de la tierra emerge un porvenir vislumbrado por todos aquellos que dominan el arte ancestral de la siembra, como Armando Jara Trujillo, cuya historia es reflejo de muchos de sus contemporáneos.

Son los lejanos sembradíos de Cieneguitas de Mariana en San José de Lourdes, tierra de corazón de campo y costumbres sencillas que ven nacer a Armando Jara, un 22 de octubre de 1972, siendo el último de 9 hijos procreados por el señor Anasario Jara y la señora Tomasa Trujillo.

Criado en el seno de una familia agrícola, Armando aprende la pasión del cultivo que enciende la sangre de los hombres con ese verdor que no se consigue en ningún otro lugar. Cursando solo el primer nivel de educación básica, abandona el camino académico para dedicarse de lleno en lo que más tarde se convertiría en su vida.

Su andar por el noble oficio se vio pautado principalmente por la guía de un padre que siempre dirigió como un líder a él y al resto de sus hermanos quienes lo acompañaron en las labores como la familia que siempre fue.

A la edad de 19 años contrae matrimonio con Rosa María Alba dando fruto a 4 hijos, aportando una motivación más a sus mañanas.

Más tarde sigue el camino de las incursiones hacia las tierras del norte, donde se desempeñó en la obra y construcción, la distancia le recalcó el aprecio y el valor de la familia además de un ideal de batallar y sufrir lo necesario por lo que se tiene y posee.

Y así, a lo largo de más de 30 años de trayectoria, de verse lo mismo en amaneceres brillantes como en oscuras noches, Armando no cambia el campo por nada, puede sentirse satisfecho de haber dado lo mejor de sí para la tierra, feliz de haber hecho con pasión su trabajo como la siembra lo demanda; poco le importa su añoro a la educación o el deseo de haber tenido una mejor vida, siempre verá su labor como algo digno de haber vivido, “el campo lo es todo para mí, me he dedicado a esto toda mi vida […] por eso esto es todo mi mundo”.

Pero ni el más idílico de los temporales está exento de las tempestades, y a la familia Jara Trujillo le llegaría en la forma del deceso de su padre, quien siempre se mantuvo a la cabeza como la máxima autoridad en la familia, aun cuando Armando y sus hermanos ya fueran lo suficientemente grandes para tomar responsabilidades, se le respetaba como el líder que fue, “todos podíamos opinar, pero él siempre tenía la última palabra”.

Esta pérdida representó una fuerte caída en la familia que veía en su experiencia una fuente de sabiduría única, propia de los ancianos en lugares donde hace mucho se detuvo el tiempo, pero la vida sigue su curso, desorientando y forzando a crear una nueva dinámica de trabajo: “ya nada es igual, todo era mejor con la cabeza mayor al frente, es el que lo hacía a uno más fuerte”, recuerda Armando con melancolía.

De su padre tomaría no solo el aprecio por el trabajo, también aprendería el respeto y trato hacia los demás, pues todos son hijos de la misma madre, todos son hermanos de la tierra.

Y este mismo compañerismo el que debe estar presente ahora más que nunca, pues, aunque los eones pasen y la brisa se sienta fresca, la siembra del cambio crece y cada vez se hace notar más sobre las raíces de la adversidad. Armando lo ve día con día: “las tierras no quieren producir más, están cansadas”, sumado a lo dificultoso que se ha vuelto el tratar de sacar adelante la cosecha y vivir de la misma tierra.

El futuro vislumbrado por Armando es el mismo que cientos de productores de su tiempo ven: el nulo interés de su descendencia por la tierra, apostando más a la educación, la situación económica en los insumos y lo poco que se percibe en la ganancia, viendo con incredulidad el abandono que hay hacia el campo a pesar de ser algo necesario para la vida.

A pesar de todo, Armando se sigue levantando por las mañanas, mirando el amanecer de un nuevo día con la esperanza de que todo se componga, que todo vuelva a ser como fue en antaño, en los días en que en el campo parecía haberse detenido el tiempo: “es bonito trabajar en el campo, saberlo trabajar”.

 

 

 

 

Bryan Pichardo Gallegos / El Despertar del Campo

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