Leyenda viviente de la tauromaquia

Muy pocos logran entender en su totalidad el concepto que hay detrás de las conexiones místicas del hombre con la naturaleza. Menos son los que han llegado siquiera a vivirlas y menos aún quienes las ven y son capaces de interpretarlas.

En el caso de la tauromaquia ocurre algo especial; el entorno mágico que se crea dentro de la línea de fuego es algo que los espectadores solo pueden admirar, pero el verdadero sentir se vive por parte de los caballeros de capote y traje de luces frente a la imponente presencia de un animal en toda su encarnación.

Nadie mejor que Arturo Macías López, torero profesional, para resumir el concepto de la tauromaquia, pasión de su vida, en una sola frase, “amor y magia; el estar frente al toro y sentir su majestuosidad frente a mí, sentir ese poder vivo. Ahí ocurre mi conexión con Dios.”

Y es que la historia de su vida se antoja en la mejor tradición de las leyendas artúricas, elevándose como un héroe cuyo valor solo es comparado con el tamaño de su deseo por conseguir lo que se ha propuesto, atravesando en su camino un cúmulo de obstáculos que no cualquiera está dispuesto a enfrentar.

Nacido un 15 de septiembre de 1982 en la hidrocálida tierra de toros y con la sangre brava corriendo por sus venas, es el segundo hijo de una familia con la herencia taurina en la piel. La fecha patria y la cuna taurómaca se muestran como designios de la historia que está por venir. Como un preámbulo del exponente que viviría todas las penurias posibles antes de fraguarse como uno de los mejores entre sus contemporáneos.

Su abuelo, de origen tapatío, quiso en su contexto ser torero pero el tiempo le mostraría otras veredas. Su padre, Arturo Macías “El Cejas”, fue juez de plaza en las corridas de la legendaria Feria de San Marcos. De ahí Macías hijo heredaría el mote que le distinguirá de entre los otros.

Su infancia no tuvo diferencia a la de cualquier otro niño hidrocálido, salvo por la presencia de la figura taurina que siempre fue palpable a lo largo de su vida; “desde que tengo uso de razón, siempre quise ser torero… me enamoré perdidamente de la tauromaquia, es algo que yo tenía destinado para mi vida y por lo cual agradezco a Dios”.

Con añoranza recuerda aquel día a la edad de 8 años en el cortijo “Los Reyes” cuando enfrentó su primera experiencia al lado de su padre. Toreaba una becerrita cuando conoció de primera mano el pánico de hacer frente a un animal así; “ese miedo me enamoró, me hizo sentir algo que hasta la fecha sigo sintiendo… es algo distinto, es algo mágico”.

El evento definiría su pasión y rumbo en la vida. Pero un par de meses después el fatídico destino le quitaría a su figura paterna en un accidente de tránsito de camino a una comunidad donde sería juez de plaza. El suceso le marca y el cariño que tenía al arte taurino se transforma en un odio y rencor emparentado al terrible evento, “del amor al odio en un solo paso… sentía como si el toro me hubiera quitado a mi padre”, reflexiona.

Y así, en un largo y oscuro periodo de 5 años se mantiene al margen de las actividades relacionadas al tema. Aunque de forma paradójica, a pesar de su repudio por el traumático suceso, seguía teniendo en mente el sueño de llegar a ser un torero. Pero el arte llama al artista y el destino siempre retoma su curso como el río que fluye a pesar de las piedras, y así, en una tarde de festejo escolar se vio de frente a otra becerrita donde una vez más le plantó cara.

La sensación de aquella experiencia significó un renacer espiritual de vocación de entre una somnolencia autoinfligida. Y de cierta forma, como él mismo lo expresa, le haría sentirse más cerca de su padre como un ritual de sanación y perdón. Y con la fe renovada, se haría un juramento interno, el de llegar a ser torero a costa de lo que fuera; “pedí a Dios que, independientemente de la fama que pudiera conseguir, mi vida girara en torno a los toros. Y lo he logrado con muchos esfuerzos”.

Y así, con tan solo 14 años, rondaría como un trotamundos buscando las oportunidades en cualquier lugar. “El toreo no es algo físico, para que se vea natural tiene que haber un trabajo mental y espiritual muy importante… es el poder de la mente”. Sus inicios, ya más entrado en determinación y a falta de escuelas taurinas en el estado en aquellos años, fue el acercarse a los matadores que se erigían en su momento en Aguascalientes. De ahí parte a San Luis Potosí, hace escala temporal en Toluca y consigue ser enviado a España con tan solo 15 años de edad.

Pero el sendero no se plantó frente a él tan suave y colorido como un tapete de rosas en medio de un ruedo. Las oposiciones por parte de su familia por el arriesgado movimiento que pretendía y el peligroso destino que se empeñaba en lograr no eran para menos, pero el ardor en su deseo y la determinación en su temple, tan firme como los cuernos de un toro, movieron la balanza a su favor al conseguir el permiso para partir a tierras potosinas a cambio de un desempeño académico excepcional.

Aun así, sabe que su ilusión no es ciega y que los temores de su progenitora no son infundados. Arturo conoce las desventajas de antemano; “es una profesión muy ingrata para las personas que no llegan a conseguir algo, porque se lleva tu niñez, tu adolescencia, dejas de lado actividades y salidas por estar siempre practicando… no te la roba, sencillamente no te da nada a cambio”.

Y así, termina del otro lado del charco con un sueño, pisando suelo en la madre patria un 6 de enero del 2000 con un fuerte sentido de ilusión, pero desconociendo del todo las adversidades que le esperan; los tempranos días de gloria que se vislumbran y los oscuros pasajes que le seguirían como el sol que perece ante las sombras. El dejar el país ha sido como entrar al ruedo donde se dispone a jugarse la vida y no hay marcha atrás, el verdadero momento de tomar al toro por los cuernos ha llegado y Arturo Macías tiene lo necesario para hacerle frente, como aquel día a la edad de 8 años donde su temple y su alma hicieron frente a su verdadera pasión.

Espera la 2ª parte de esta fascinante historia, en próximas ediciones…

Bryan Pichardo Gallegos / El Despertar del Campo

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