El valor de la experiencia sobre el horizonte del mañana
Existe una esencia especial que se obtiene al entrar en contacto con el campo que no se puede lograr de otra forma. Desde el inicio de la agricultura misma, la tierra ha enseñado sus secretos a aquellos que han sabido tratarla y solo a ellos los ha bendecido con la abundancia de sus frutos.
Hombres como Jorge Hernández Paniagua han entendido esta conexión y desde el amanecer de su existencia ha sabido que el verdadero secreto de la tierra es aquel que viene de la experiencia a flor de piel. Zacatecano de corazón, nace en Calera de Víctor Rosales un 29 de agosto de 1958, como el tercer hijo de cinco, en el seno de una familia que ha mantenido la unión de generaciones por medio del trabajo duro. De sus primeros años alberga los recuerdos de una comuna familiar donde hermanos, primos, padres y tíos trabajaban por igual, con las mismas ganas, en la misma tierra por el mismo fin.
Y del mismo modo que la tierra le recompensó, la vida hizo lo suyo cuando lo emparejó con su compañera de vivencias, Micaela Torres Contreras, con quién contrae matrimonio recién obtenida la mayoría de edad y procrearían 3 vástagos.
Su rutina en el campo fue alternada con los estudios hasta el momento en que decide abandonar estos, muy a su pesar, por la comprometida situación financiera que sobrevino ese año. Entonces, con solo 22 años de edad y por azares del destino, conoce y se hace amigo de un político oaxaqueño quien se lo lleva a la CDMX para servirle de particular en la Cámara de Diputados por 3 años; en ese periodo jamás olvida sus raíces y por medio de viajes visitaba regularmente su tierra, no dejándose perder por la jungla de asfalto de la capital federal.
Al término de ese tiempo retorna a su hogar y se incorpora a la Secretaría de Recursos Hidráulicos (SRH), dependencia de estado que con el tiempo evolucionaría en la ahora también extinta Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos (SARH), precursora administrativa de la actual Comisión Nacional del Agua (CONAGUA). En aquel lugar haría carrera y nombre usando lo mejor que tenía, la sabiduría que el campo le había regalado de forma empírica, “algunos ingenieros (agrónomos) se me acercaban para pedirme consejos, yo los respeto mucho, pero ellos poseen conocimiento teórico, y a mí, todos los años en el campo me han dado el conocimiento práctico”.
Para él, todo su trabajo se ha centrado con miras en el futuro, en lograr algo con lo que vivir cuando el tiempo pase y deje caer todo su peso sobre su cuerpo. Tal ideal de mirar hacia el mañana quedó plasmado en su memoria cuando miraba las dificultades de su padre y su abuelo, quienes, inmersos en las labores de la tierra, vivían casi al día y todo el trabajo duro y el sacrificio se traducía en una mala paga y un negocio explotado, no encontrando la justa recompensa.
Un par de años después viviría el fatídico deceso de su abuelo. Acontecimiento que significaría un quiebre en la armonía del trabajo en equipo al que estaba acostumbrado desde sus primeros años, pues con la caída de la cabeza familiar comenzaría la independencia de los miembros restantes y su respectiva división de tierras; y con ello, una inevitable lucha resultante de la asignación de las mismas.
Pero con todo y los amargos momentos, ha tenido la fortuna de conocer en primera persona el territorio estatal; sus tierras, sus relieves, aromas y colores, conociendo a su gente, siempre aportando al que consejo necesita en su calidad de Técnico Especializado de Campo, rango que portó gran parte de su carrera.
Su saber y ganas de ayudar le llevarían años más tarde a tomar la posición de líder del Comisariado Ejidal de Calera en el 2017, puesto que recordará con orgullo al saberse luchador de los derechos agrarios por los que siempre vio, continuamente velando por conseguir mejores condiciones para el campo; “me voy a morir luchando por el campo” afirma con entereza.
Este año deja el mandato y con ello, llega a la completa jubilación laboral. Pero no del campo, nunca de la tierra; esta nueva etapa la ha dirigido a concentrar sus esfuerzos para atender sus cultivos y vivir del fruto de su trabajo.
Ahora disfruta de los amaneceres en medio de la brisa húmeda que se levanta de la fresca tierra. Cultivos donde suele acudir con su familia para hacer mérito a sus creencias religiosas y dar gracias ante su Dios por las bendiciones de la naturaleza; “rezamos por el buen temporal, pedimos a Dios que nos siga ayudando”.
Por su parte y ante el panorama actual, no pierde la fe en el futuro del campo. Es consciente de las necesidades que atañen al gremio y no pierde la esperanza en que el gobierno voltee a ver las condiciones en que se mantiene hoy en día el sector; pues más que una petición, considera una obligación el velar por el bienestar del campo que provee de sustento a todas las mesas mexicanas.
A su paso deja el legado de un amor e interés por el campo, como aquel que le fue conferido en los albores de su vida. Si bien, solo una de sus hijas ha mostrado un interés genuino en la tierra, no pierde la esperanza de ver a una nueva generación (encarnada en sus nietos) que sienta el mismo aprecio y emoción por descubrir los secretos que esta ofrece a los que están abiertos a recibirlos.
“Siempre estuve en el campo, nunca he descansado del campo, y ahora que me jubilé estoy metido más de lleno en él. Es mi vida entera y razón de ser”, concluye.
Bryan Pichardo Gallegos / El Despertar del Campo