Nuevos triunfos, reflexiones y futuro de un matador 4ª parte

Cuatro Caminos es la finca que ingeniosamente ha convertido en lugar turístico no solo como exhibición de su propio museo o base física de sus producciones gastronómicas, sino, además, como lugar apto para recorrer y vivir la experiencia de un entorno que recuerda a los parajes del otro lado del Atlántico; un pedazo de España que vive en cada roca y se respira entre cada olivo, detrás de cada marco y trofeo que la tauromaquia le ha dejado.

En este punto, con su meta empresarial en desarrollo, pero con notables resultados hasta el momento, Arturo Macías reflexiona sobre su posición en la actualidad, sobre el arte que le apasiona y sobre el futuro que los días que corren auguran.

“La tauromaquia es indispensable en estos tiempos de frialdad, de la tecnología, de las redes sociales, indispensable para situarnos en la realidad de donde viene el hombre” reflexiona. Para él, no hay mayor satisfacción que levantarse día con día y pensar en el toro, en el vínculo de vida que significa el cruzar camino con la bestia cornuda. “Los toreros amamos tanto al toro que damos nuestra vida con tal de poder tener esa cercanía con él… si no existieran las corridas de toros, los toros no existieran. Así de claro”.

A su vez, se muestra consciente de lo que en realidad significa un toro, de la propia magia casi divina que refiere y lo que debe representar para todo amante del ruedo; “en la plaza (el toro) tiene una personalidad, una identidad con un nombre. Es un dios, es un héroe”.

Del mismo modo, conoce la polémica que siempre ha existido alrededor de esta práctica y muestra su malestar pues, en su opinión, los principales detractores del mismo no alcanzan a visualizar en su totalidad aquello que sucede en la arena; “a las generaciones más jóvenes se les ha instalado un chip de la tauromaquia muy distinta a lo que en realidad es. Lo que se hace en la lidia, no sufre; si el sufriera, no atacaba… la pica, si no se pica, muere. El toro a lo que se mueve ataca… y tienen un umbral de dolor muy amplio, por eso no sufre”.

La actual situación sanitaria le ha llevado a abandonar la capital para instalarse en su finca y reflexionar acerca de su legado, sus sueños y el mañana.

“Es difícil que termine la tauromaquia por todos los valores que conlleva… está llena de respeto, es un tema de control mental, de conocerte a ti mismo. Si eres capaz de hacer eso, eres capaz de hacer muchas cosas… además, es toda una cadena de empleos, muchos dependen de esto”.

Esos son los ideales que años de ruedos le han dejado. Y son esos los valores que pretende heredar a sus propios hijos, el ideal de ir en pos de un sueño y tomar la adversidad como es; “¿quién está dispuesto a dar su vida por un sueño? son pocos, pero yo sí… dejaré de torear por dos cosas, primero, cuando no esté dispuesto a cruzar la línea de fuego, y segundo, cuando la gente ya no me quiera ver”.

Mirando hacia sus tierras y con la sonrisa confiada que le caracteriza, se siente satisfecho por lo que es, el camino que ha logrado y la serenidad que le sigue al cierre de su leyenda. El volumen de su vida continúa, pero en sus páginas queda plasmado ese largo capítulo. Una novela mitológica donde el héroe al fin se encumbra de entre la adversidad y renace esta vez no sobre el lomo de una bestia moribunda, sino como el igual de una criatura que le acompañará eternamente dentro de la gloria que se vierte en jarras de oro sobre una plaza, cruzando una línea de fuego donde hombres valerosos entran en el ruedo para no salir jamás.

Bryan Pichardo Gallegos / El Despertar del Campo

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