El sueño de trascender por medio de un legado histórico rural 3ª parte

“Nadie es profeta en su propia tierra”. Un versículo tan clásico y lleno de poder se interpreta en la condena casi total de todo esfuerzo por destacar en el propio medio local. Pero es claro que, como toda excepción a la regla, existen hombres que miran su propia tierra y luchan contra viento y marea por hacer historia en las mismas raíces dónde se vieron crecer.

Bajo esta sombra de superación y legado; con el nombramiento de la Estancia La Leona y su título oficial como cronista del municipio, Arnoldo Villaseñor Reyes podría decir, con clara justificación, que se encuentra en el punto culmen de sus tebeos con la historia.

Siendo una persona con nula ideología conformista y miramientos aspiracionales que van más allá del horizonte, ha dejado que su trabajo hable por él y ese esfuerzo ha terminado siendo su carta de presentación al ser convocado a realizar un viaje a través del Atlántico, a la madre patria, para hablar sobre aquello que lo apasiona.

Y así, llega al Congreso Internacional de Avilés, donde expone su ponencia sobre el cómo las estancias han ayudado al desarrollo de las haciendas y como estas han terminado por conseguir declaratorias; siendo ahora guardianes de adobe y madera que atesoran en sus rostros desgastados la mirada de otros tiempos, tiempos salvajes y de paz. Historia pura contenida en gruesas paredes, emanando de entre sus entramados techos como las manchas marrones del barro que escurre sobre ellas de forma tal que casi se puede tocar.

La travesía a España está cargada con tanto simbolismo como el propio terruño que Arnoldo Villaseñor engalana. Todo el escenario se antoja en una especie de alegoría inversa de la conquista; son ellos ahora, la brigada de los diez cronistas mexicanos seleccionados, los que viajan al reino de castilla para hablar de las maravillas que aún se conservan en las tierras “al otro lado del charco”. Como una muestra que las planicies y cerros de ensueño que descubrieron hace tantos años siguen entregando cosas interesantes desde sus recovecos más profundos y que valen la pena resaltar. No hay sangre ni lucha en esta conquista intelectual, pero los corazones y mentes españolas quedan sometidas ante las bellezas históricas de un México que sigue vivo en sus monumentos más remotos.

La experiencia en tierra europea; la riqueza cultural, la calidez de la gente, el aroma del olivo en la brisa, el sabor del vino entre los labios como un beso de la naturaleza misma; es como una bocanada de aire fresco que le deja satisfecho, “lo que te va haciendo grande son los viajes, te cultivan… estoy satisfecho por haber llevado y poner en alto el nombre de Calera con la Estancia, porque hablar de Estancia La Leona es hablar de Calera”.

Producto de aquel magno evento, se editará un libro con las 42 ponencias realizadas y que tendrá distribución en España; “que se publique un libro y que vengan estos lugares (los expuestos en las ponencias), es algo insólito”. Y no es para menos, el volumen no contendrá solo palabras y fotografías de lugares antiguos, estará plasmada al unísono de los recuerdos y ecos de la experiencia, de años de estudio y largos momentos donde una parte del alma se deja en aquellas construcciones. Será parte de un legado, fruto de algo que trasciende y va más allá de las páginas.

Y es justo este tema, sobre el legado, en el que gira gran parte del actuar de Arnoldo, como una brújula que le guía en la vida; “a mí me importa mucho dejar un legado, no pasar desapercibido”.

El retorno a tierras zacatecanas le hace meditar sobre su situación actual y ser consciente de lo afortunado que ha sido. El simple hecho de haber logrado el nombramiento en vida es algo digno de mención, pues conoce de primera mano varios casos de cronistas que mueren sin llegar a ver a su municipio tomar ese honor.

Ahora, con ímpetu renovado, mira con nueva visión su labor. Tiene intenciones claras no solo de retomar el concepto de turismo rural que, gracias a la visita internacional, espera sea abordada por parte de las instituciones públicas con una óptica más positiva y alentadora; sino también de sacar provecho de su posición como custodio histórico y realizar un libro que sirva de registro para preservar las memorias de todas las zonas rurales del municipio. “Registrar hasta el lugar más modesto, si en ese lugar hay un cuartito, en ese cuarto hay historia. Son personas de campo que trabajaron muy arduo, muy pesado; y para que los olviden así, que llegue el viento y se lleve las cenizas, es algo que no parece justo… Es para honrar la memoria de toda esa gente anónima y que debe brillar como lo que fueron, porque aportaron con su trabajo desde su trinchera”.

Hoy día, Arnoldo se desempeña como miembro activo de la asociación de cronistas federales. Y a futuro, ya ha sido invitado a realizar otra ponencia en la ciudad de Cuenca, en España; para volver a representar a Calera más allá de las tierras mexicanas. “Es como dice el eslogan de nuestra ciudad capital <<El trabajo todo lo vence>>, esforzarse por alzar el nombre hacia lo más alto… este es un legado no solo para mi familia, sino para el municipio, para el estado y para el país… todo esto es un acervo que enriquece el patrimonio cultural de la humanidad que es nuestra ciudad capital”.

El camino del cronista se extiende al filo del pasado y el presente; como un errante temporal, un crononauta que se ciñe al futuro como un faro que guía sus pasos para no abandonar la realidad. Manteniendo su rol de testigo histórico sin perderse en ella; sino estando sobre ella, como el testigo invisible de lo que fue, lo que es, y lo que podría ser.

Y así, bajo el cálido sol calerense, la brisa golpea la hierba y las hojas del gran árbol sobre la Estancia se sacuden como aplausos invisibles, elogios atemporales e intangibles de todos aquellos que han pertenecido a ese lugar y que celebran lo que es hoy. Un público espectral que contempla el gran destino que nunca pretendió ser, pero que al final logró con el sudor y el cariño de un hombre que, más allá de los méritos y títulos, nunca dejó de ser un hijo del campo con los pies bien enraizados en la tierra, pero con la mirada clavada en los altos cielos zacatecanos.

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