El comisario, padre y hombre
El momento más duro en la vida de alguien es cuando se detiene y mira sus acciones en retrospectiva, para averiguar si puede esbozar una sonrisa hacia ellas.
Frase universal de respuestas diversas, pero es un hecho que Don Braulio Juárez tuvo la tranquilidad de detenerse al final del sendero y mirar, solo para contemplar su legado, vivo en la memoria de sus hijos, y así esbozar una sonrisa.
Las segundas oportunidades, tan escasas como ellas mismas, siempre deben aprovecharse, y los hombres con buen tino jamás desperdician una así.
Después del accidente, de las operaciones y la larga recuperación; Don Braulio Juárez estaba de vuelta en un segundo periodo al frente del puesto de Comisario Ejidal, dispuesto a demostrar, por segunda vez, que el talento nato que poseía no era solo físico, sino también de temple y mental.
De nueva cuenta en el cargo, terminó de pavimentar la carretera Calera-Santiaguillo, obra que hubiera iniciado en su primer mandato. Así como logró la gestión de legalización de una camioneta extranjera, siendo la primera dentro de este programa la unidad destinada para el Ejido.
Eso, además de su calidez y entendimiento con las necesidades de la comunidad, reforzaron su imagen como miembro digno de apreciación y respeto dentro del Ejido. Dejando su huella dentro de dicha institución.
Cuando terminó su periodo, siguió siendo ejidatario el resto de su vida. Dejó el cargo, pero el Ejido era más que una labor para él; era una familia. Y como figura guía, continuaba siendo frecuentado como asesor y consejero.
No necesitaba más, su carrera ya estaba hecha, una vida completa, y nada más. Sus logros se erigen en la posteridad y, después de todo, detrás de la figura del comisario se encuentra la vida del hombre.
Entre los grandes pensadores; era obligación de un hombre el ser una luz digna de admiración hacia los demás, y su luz debía ser recta y arder tanto que, cuando las fuerzas le abandonen, esta debía ser capaz de mantener su brillo al pasar la antorcha a sus hijos, y esta, a su vez, a los hijos de sus hijos.
Detrás del comisario, existió el hombre, y junto a este, la figura de un padre. Aquel que le ganaba el paso al sol y a quien la luna despedía antes de terminar el día. Figura de inspiración y rumbo a seguir de más de una generación de descendencia.
¿Prueba de ello? Los cientos de recuerdos, fotos y relatos que sus hijos comparten. La calidez del hogar que él construyó con sus propias manos, el aroma de los días que atañen a su recuerdo, y el sabor de los momentos compartidos de quienes tuvieron la fortuna de conocerle en vida.
Con gran orgullo, su progenie reconoce y resume toda enseñanza y legado en una sola frase: “trabajo duro”.
Su naturaleza trabajadora y el ingenio mental siempre vivió en él, en cada día de su vida.
Hasta que llegó el fatídico día, un lunes 2 de octubre del año 2000. El nuevo milenio lo confrontó con un imprevisto que ya no pudo sortear. Viniendo de regreso de Río Frío, por la Laborcilla, un accidente vehicular se atraviesa de forma mortal, finando así su vida.
El evento se presenta de forma cíclica, la vida ya lo había confrontado con un accidente carretero, y si bien en aquella ocasión pudo sortear al destino, esta vez no tuvo más remedio que sucumbir hacia él. Y así, con 69 años, termina la vida y obra de un buen hombre.
Personas así caminan por este mundo en contadas ocasiones, una verdadera rareza, y cuando se van, suelen dejar una fuerte huella en la memoria de aquellos que en vida se cruzaron con él, huella que no se erosiona con las olas del tiempo ni se pierde entre los restos del temporal pasado, pues sus enseñanzas, obras y labores crecen y son cosechadas por los ojos y oídos prestos a aprender.
Una verdadera curiosidad. ¿Acaso no está la vida de estos hombres llena de curiosidades? ¿Una más? El segundo accidente, el fatídico, al igual que el primero, fue de un golpe en la cabeza, y poco antes de casarse, también tuvo otro golpe así en un accidente a caballo.
Pero a pesar de esas duras pruebas físicas, nunca perdió la agilidad ni la destreza mental que se volvió un sello personal.
Don Braulio Juárez hoy camina entre los surcos de los campos eternos, recogiendo la cosecha que en vida sembró. Y con toda serenidad, en el ocaso del día, es muy probable que detenga su andar y lance una mirada sobre su hombro, contemplando el alba de su existir, y con esa misma confianza, es igual de probable que al contemplar sus acciones, sonría.
Bryan Pichardo Gallegos / El Despertar del Campo