Frijol, el canario en la mina
En las profundidades de las minas de carbón del siglo XIX, los mineros contaban con un centinela inesperado: el canario. Estas pequeñas aves, más sensibles que los humanos a los gases tóxicos como el grisú – un gas inodoro, inflamable y letal contenido en el carbón mineral -, servían como un sistema de alerta temprana. Si el canario dejaba de trinar o desfallecía, los mineros sabían que debían evacuar inmediatamente. De esta práctica nació la expresión ‘canario en la mina’, que hoy se usa para describir cualquier indicador temprano de peligro.
En el México actual, el frijol parece haber asumido un papel similar al de aquellos canarios. Esta leguminosa, pilar de nuestra alimentación y cultura, hoy está alertándonos sobre los efectos del cambio climático en nuestra agricultura. La importancia del frijol en México va más allá de ser un alimento básico. Representa el 81% de la producción nacional de legumbres secas y es el segundo cultivo anual más importante por superficie sembrada. Sin embargo, su sensibilidad al calor lo convierte en un indicador valioso de los desafíos que enfrentamos.
El frijol prospera en temperaturas entre 10 y 21 °C, pero cuando las noches superan los 26 o 27 °C durante la floración, las consecuencias son severas. El polen se vuelve estéril y las flores no llegan a desarrollarse, lo que resulta en una drástica reducción de la producción. Las recientes olas de calor han puesto de manifiesto esta vulnerabilidad, señalando un reto para el que debemos prepararnos: el impacto del calor extremo en nuestra seguridad alimentaria.
Para entender mejor cómo el cambio climático está afectando la producción de frijol, es importante examinar los patrones de cultivo en México. La producción de frijol sigue un patrón estacional marcado. Casi el 70% se cultiva en ciclo primavera-verano entre junio y octubre, dependiendo principalmente de las lluvias. En 2022, este ciclo representó el 83% de la producción total. La zona centro-norte del país, que incluye Zacatecas, Durango, Chihuahua, San Luis Potosí y Guanajuato, ha sido históricamente ideal para el cultivo del frijol, produciendo el 60% del total nacional. Sin embargo, en los últimos cinco años, la producción en esta región ha disminuido un 5%, una tendencia que es indicio de los cambios que estamos enfrentando.
El ciclo otoño-invierno (OI) complementa la producción de frijol en México, con casi tres cuartas partes cultivadas bajo riego. En este ciclo, Sinaloa destaca como el principal productor, aportando la mitad de la producción nacional gracias a sus sistemas de riego. Le sigue Nayarit, con un 22% de la producción, aunque dos tercios de esta dependen de las lluvias. Esta diferencia en los métodos de cultivo se refleja claramente en los rendimientos: mientras que en condiciones de temporal se obtienen entre 500 y 800 kg/ha, con riego, como en Sinaloa, la productividad se duplica o triplica, alcanzando entre 1600 y 1800 kg/ha.
Guanajuato nos ofrece otra perspectiva interesante. Su clima único permite un ciclo de siembra adicional entre enero y mayo, denominado invierno-primavera (IP). Fue precisamente durante este ciclo en 2024 que se observaron pérdidas significativas por la vulnerabilidad del frijol al calor extremo. El primer semestre del 2024 fue desafiante, en mayo se registró la temperatura media más alta en la historia de México: 27 °C. Si estas temperaturas elevadas coinciden con el ciclo principal de cultivo, las consecuencias podrían ser devastadoras, incluso si hay agua disponible. Estos datos nos alertan sobre la vulnerabilidad del frijol ante los cambios en los patrones climáticos y su coincidencia con las etapas de desarrollo del frijol.
Nuestro «canario» comenzó a mostrar signos de severo estrés en 2022. La producción del ciclo primavera-verano se redujo 32.5% comparado con el año anterior, principalmente debido a la escasez y distribución irregular de las lluvias. Incluso Nayarit, en el ciclo OI, experimentó una reducción del 16% en su producción. En 2023 el estrés por sequía fue severo nuevamente, las compras de frijol en ese año ascendieron a la cifra histórica de 313,000 toneladas, equivalente a un gasto de aproximadamente 369 mil millones de dólares. Esto fue un incremento de 231.5% respecto al año 2022.
Más allá de las cifras macroeconómicas, el impacto se extiende al ámbito social y económico: se estima que el frijol es cultivado por alrededor de 570 mil productores a nivel nacional, y su producción genera más de 382 mil empleos permanentes. Estas cifras subrayan la urgencia de abordar la situación no solo desde una perspectiva agrícola, sino también como un asunto de seguridad económica nacional.
Frente a esos desafíos, el INIFAP, como principal desarrollador de variedades de frijol del país, debe jugar un papel crucial. Recientemente en su Campo Experimental Bajío, se evaluaron 300 variedades y líneas experimentales de frijol durante el ciclo IP. Solo unos pocos materiales mostraron algo de tolerancia. Estos resultados subrayan la urgencia de intensificar los esfuerzos de investigación pues la magnitud del problema apenas se está comprendiendo.
Al igual que los mineros aprendieron a mejorar sus técnicas y equipos de seguridad en respuesta a las advertencias de sus canarios, nosotros debemos responder a las señales que nos da el frijol. Su pobre comportamiento frente al calor y los cambios en los patrones de lluvia nos advierte sobre los desafíos que el cambio climático presenta para nuestra agricultura y, en consecuencia, para nuestra seguridad alimentaria.
El desarrollo de nuevas variedades tolerantes al estrés hídrico y a las altas temperaturas, junto con la implementación de sistemas de riego más eficientes, son estrategias cruciales para asegurar el futuro de este cultivo tan importante para los mexicanos. Se necesita estrecha colaboración entre instituciones de investigación, agricultores y autoridades. La inversión en investigación agrícola y en la adaptación de nuestros sistemas de cultivo al cambio climático no es solo una necesidad científica, sino una prioridad para nuestra seguridad alimentaria y nuestra cultura. El frijol, nuestro «canario en la mina», nos está advirtiendo. Ahora nos toca a nosotros escuchar y actuar.
Contacto: Dr. José Luis Anaya López / anaya.jose@inifap.gob.mx; Dr. Jorge A. Acosta Gallegos / acosta.jorge@inifap.gob.mx
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