El inicio de un legado
Sus admirables vivencias y al arduo trabajo de campo forjaron en él un carácter fuerte, franco y sencillo, cualidades que le hicieron merecedor de un sin número de amistades que le estimaban y respetaban, por todas las tierras y poblados de la región, desde la Noria del Agostadero, Río Frío, Ñates, Órganos y demás rancherías de esos rumbos calerenses y jerezanos, donde aun hay quienes lo recuerdan con gran gusto y aprecio.
“Él (Don Braulio) perteneció a la defensa nacional, lo que luego serían los rurales, grupo de 25 personas originarias del municipio… estuvo desde los 20 años más o menos, y duró entre 7 a 8 años”. Esta época de su vida, resumida en unas palabras; enfatiza un aspecto que, de entre todas las virtudes que describieron al hombre, lo inmortalizaron en la historia del municipio de Calera; la afinidad por cuidar y ver por el prójimo.
Cuando en Calera de Víctor Rosales llegó la repartición de los ejidos, él tomó los terrenos de Las Auras y el Coyote. Y una vez dentro del ejido, y siendo el hombre que fue, no le costó trabajo entablar relación con la gente de peso dentro del organismo. Empezó a acompañarlos, a realizar gestiones y labores de apoyo, impulsado por miembros relevantes del gremio.
Lo apreciaban entre la gente por su voluntad y capacidad de resolver problemáticas que envolvían al ejido. Se inmiscuyó de plena voluntad con curiosidad y ganas de trabajar dentro de ese nuevo mundo que marcó una nueva etapa dentro de su vida. Sus pasiones, sus trabajos, sus vivencias, logros y sueños, derrotas y victorias, todo convergía aquí; como el final de un camino, la cosecha de una vida sembrada ahora en un lugar donde los frutos podían florecer.
Varias veces lo habían invitado a crecer dentro del gremio, y varias veces él supo tomar la oportunidad cuando esta le encaraba, muy a pesar de la negativa de su padre quien abogaba más, por costumbre general y coloquial del “hijo que no puede ser más que su padre”, que este se mantuviera al margen de esta en lugar de profundizar en ella. El tiempo y la historia misma le darían la razón a Don Braulio.
No tenía escuela, pero se podía afirmar que era un hombre de varios talentos. Sumado a su dominio de los animales, su virtuosidad en el manejo del ganado y el trabajo de la tierra, sobresalía al tener buen ojo para la venta de cosechas y animales. No requería pesas ni métodos convencionales de medición, todo este trabajo lo resolvía de forma mental.
Operaciones complejas que involucraban las cuentas en grandes cantidades, él las resolvía casi al momento, fruto de su gran agilidad mental. Aquello le atrajo la atención de varios miembros que posaron sus buenas intenciones en él.
Grandes personajes del gremio, lo fueron orientando poco a poco hasta que lo inevitable sucedió dentro de un panorama que no podía serle más favorecedor. En las votaciones del año 1977 entró en la contienda contra la persona que en ese momento ostentaba el liderazgo del ejido y el cual a esa fecha ya no contaba con la aceptación de la gente.
Antes de, el ritmo de la dirigencia no parecía dar pie a la destitución; pero la aparición de Braulio, con el apoyo, la trayectoria y la destreza, le valieron un camino llano a puerta abierta y no había nada que en su momento lo impidiera.
Y así, a la edad de 46 años, Don Braulio Juárez queda electo como Comisariado Ejidal del municipio de Calera de Víctor Rosales por los siguientes 3 años.
Ese periodo quedó marcado, entre otras cosas, por el trámite para hacer la carretera que conecta de Calera a Santiaguillo. Logro gestionado por el ejido con apoyo de propietarios afectados. No por iniciativa del gobierno. Y es que, en ese contexto político, no era secreto para nadie que el mismo poder que el ejido ostentaba, sobrepasaba con creces a cualquier mandato que el alcalde municipal pudiera derogar. Si alguna obra de gobierno lograba su gestión, desarrollo y realización, era por mano del ejido que fungía como “colaborador” y “autorizador” de cualquier plan local.
Pero en ocasiones, ni toda la destreza mental, carisma o inteligencia administrativa, pueden prever las vueltas del destino. Un día de enero de 1979, a dos años de haber asumido el cargo, regresa de Fresnillo en compañía de un primo hermano y en el camino, un auto conducido por sujetos en estado de ebriedad los impacta de frente, provocando un fatídico accidente que termina por imposibilitar su dirigencia en el cargo. Quedando al mando un interino para completar lo que resta del periodo.
El accidente le propina secuelas que cada año reaparecen, razón por la que es sometido casi de forma religiosa a una cirugía anual para tratar los estragos. Llegó a tener una válvula en la cabeza que, de forma curiosa, al serle retirada le provocaba un acceso de amnesia que le hacía olvidar lo vivido en todo un año. Como si la ausencia del aparato le drenara la memoria misma.
Fueron tiempos complicados, que en manos de cualquier otro hombre esto hubiera representado el fin, el culmen de una vida, marcado por una aparatosa tragedia. Pero para Don Braulio, hombre de campo, aquel que lazó un animal en pleno salto, que era capaz de realizar complejas operaciones solo con el cálculo de su mente, cuya astucia y brillantez le permitieron abrirse paso hasta el liderazgo de un importante gremio, aquello solo fue una pausa temporal en el camino a formar su legado.
Las operaciones, el ánimo y la fuerza de superación, le hicieron estabilizar su situación física, y al poco tiempo volvería a postularse nuevamente para el comisariado, logrando posicionarse así para un segundo término.
De esta forma, el segundo mandato le viene no solo como una nueva oportunidad de vida para dejar huella en su entorno, sino para reflexionar sobre el legado que deja atrás, y que hoy día vive en sus hijos.
Bryan Pichardo Gallegos / El Despertar del Campo