La felicidad de ser un hijo del campo
Reza el dicho que la felicidad consiste en disfrutar lo que uno hace, y hoy en día, el Sr. Juan Daniel Lara Caraza, después de 34 años laborando en el campo, puede mirar en retrospectiva y decir con toda seguridad que siempre se ha desempeñado en lo que más le apasiona.
Hijo de la Sra. María Teresa Caraza y el Sr. Rogelio Lara Pacheco (+), y el tercero de 5 hermanos; Rogelio Lara Caraza, María Eugenia Lara Caraza, Mónica Alejandra Lara Caraza y Teresa de Jesús Lara Caraza. A temprana edad dejó los estudios, llegando solo a segundo grado de secundaria, para auxiliar a su padre, a quien, hasta la fecha idolatra, en las tareas del campo, aun a pesar de las negativas de su madre ante el abandono educativo, la elección ya estaba tomada. Dicha decisión nunca la lamentó en su vida.
Su padre, de nulo estudio, pero de bastante ingenio a quien su hijo recuerda como un emprendedor, disciplinado de rutina (empezaba sin falta su labor a las 3 de la mañana), con bastante sabiduría y muy versado en las labores del campo, solía cosechar papas, ajos, cebollas y chiles principalmente, además de haber sido pionero en la cosecha del ajo jaspeado zacatecano en Calera y posteriormente extendiéndose en el estado, con semilla traída desde tierras guanajuatenses, que presentó una alternativa al ajo chino que predominaba en los cultivos; le inculcó los valores de honor, perseverancia, honradez, optimismo y un amor muy grande por el campo a él y a todos sus hermanos, amor que sostienen hasta el día de hoy.
Así es como a lo largo de aquellos años el campo se convirtió en el lugar donde más aprendió sobre la vida, de los secretos de las plantas, de las técnicas de cultivo, del beneficio de la siembra, de la satisfacción que deja lo que él considera “el trabajo más bonito del mundo”, pues de ella se alimentan a diario cientos de personas. Con cariño recuerda como las cosechas partían a los mercados de la capital y a otros estados, sabiendo que su finalidad sería ser el sustento de muchas familias, así mismo no tiene reparo en asegurar que durante todo ese tiempo fueron pocos los años donde las adversidades le sobrepasaran, tiempo en que recuerda con aprecio las palabras de su padre; “trabaja bien, y todo sale bien, trabaja mal, y todo sale mal”.
Es hasta el año de 1992 que prendado en el amor, contrae matrimonio con Angélica Pichardo Silva, quien se convierte en su compañera de vida y con quien posteriormente, tendría 4 hijos.
En 1995 la vida le daría un golpe con el fallecimiento de su padre, pero este evento en lugar de desestabilizarlo a él, a su madre y hermanos, terminó por unirlos aún más, continuando con la dinámica que compartían como productores de campo. Una prueba más vendría en 1999, año en que se ve forzado a dejar de producir papas por las pérdidas que ésta trajo en tiempo pasado, una de las cosechas habituales de su padre se perdería y nunca la volvería a retomar. En su lugar incursionó en otros cultivos como el tomate y el maíz, así como en la ganadería, pero siempre sin perder de vista teniendo como prioridad y meta la agricultura. Cosa que asegura, no cambia por nada.
Para 2005 ya con una familia propia en crecimiento por la cual dar la cara, toma la decisión de separarse de su madre y hermanos, con quienes había compartido la siembra desde tiempos en que su padre fungía como cabeza de familia, y seguir la cosecha por su parte. Y así, a lo largo de 12 años, ha presenciado el prosperar de su campo, ha visto los buenos tiempos y pasado los tragos amargos. Ha sido partícipe tanto de la opulencia de los cultivos, así como ha tenido que lidiar con el nacimiento de la mecanización en la región debido a la aparición de fábricas que han mermado la disponibilidad de mano de obra, con el aumento de los insumos, con todas las dificultades que los años recientes han traído a todo ese sector, pero ha presenciado, de primera mano los frutos de su trabajo y eso es más que suficiente para mantenerse optimista, para creer que el mañana siempre vendrá con algo mejor, un mañana por el cual vale la pena levantarse desde temprano para ver el amanecer dese los verdes prados, con la fresca brisa del campo acariciando su rostro.
Entre las experiencias que más recuerda está aquella donde toda una cosecha de chiles quedó destrozada por el granizo, pero esto, lejos de entristecerle, lo vio como una adversidad más de la vida que tenía que superar. Siguiendo las enseñanzas de su padre, nunca olvida la frase que este le heredó como lema de vida; “cuando Dios te quiere dar algo, hasta los costales te presta”.
Y es así como a sus 47 años, con todo un legado a sus espaldas cimentado en creencias más fértiles que la mejor de las tierras, puede estar seguro de haber dado lo mejor de sí hacia el campo, honrando no solo a su padre, inspirando no solo a sus hijos, sino que, además, supo valorar las bondades que la naturaleza le da, supo ser un agricultor, un verdadero hijo del campo.
“Hemos tenido años buenos, regulares, malos, pero aquí estamos gracias a Dios, echándole ganas”, finaliza él con un tono de voz que hace ver, a todas luces, que es un hombre feliz.
Bryan Pichardo Gallegos / El Despertar del Campo