Memorias de una vida, tradición de familia

Una de las cosas que caracterizan a los hombres de campo es la relación que tienen sus vidas con la naturaleza, las raíces del árbol se comparan con los lazos familiares, y el temple y el trabajo duro tienen su imagen en la fortaleza de los cultivos mismos.

En el caso de Don José Alvarado Medina, las cosas no son distintas, pues es también la familia el lazo de unión que marcó generaciones y permanece presente con una figura que se antoja inmortal en la memoria de sus seres queridos.

Oriundo de las tierras del Salitral, Tepetongo, Zacatecas, Don José llega a la vida un 19 de marzo de 1930, siendo parte de los 10 hijos que nacieran fruto del matrimonio de Don Eusebio Alvarado Bañuelos y la Sra. María Cristina Medina Aguayo.

Desde corta edad se ve involucrado en un estilo de vida que le marcaría de sobremanera; las faenas del campo le apasionan y aprende de ellas lo que hay que aprender sobre la vida misma.

Con solo 6 años emigra al lado de sus padres y conforma su primer terreno de cultivo en El Llano Blanco, Panuco, Zacatecas; en ese nuevo entorno se desenvuelve trabajando en un rancho ganadero, donde el contacto con el ganado vacuno y los equinos lo disfrutaba, así como amansar caballos y mulas, le hizo florecer un gusto especial por estos animales, incursionando en el deporte charro del coleadero, esta faena la realizaba en un caballo de color alazán tostado de nombre “El Dólar” y un macho de color bayo.

Las tierras nuevas le traen la oportunidad de conocer más lugares e interactuar con nuevas personas, interacciones que se traducen en el viajar continuo por varios municipios, donde sembró la amistad misma con varios contemporáneos de todo lugar a donde fuera. A la edad de 16 años, queda prendado en uno de sus viajes por el municipio de Calera de Víctor Rosales, donde conoce el amor en la persona de la Sra. Margarita Rosales Lozano, mujer con la que contraería matrimonio y a futuro procrearía 12 hijos, todos ellos fieles seguidores de las tareas del campo.

Con el tiempo, se ve en la necesidad de incursionar en los Estados Unidos para buscar mejores suertes; esta etapa, de visitar el norte, dura cerca de 5 años, en tierras extranjeras como bracero trabajando en varios ranchos ganaderos. A su regreso, reanudó las labores que le apasionaban.

Además de ser pionero en varios ámbitos, como la transformación de las tierras de agostadero en tierras de cultivo en el Ejido de Ojuelos, Fresnillo. Así como ser de los primeros en utilizar maquinaria en las faenas del campo y perforar pozo profundo para riego agrícola en su rancho de “Las Amarradas” dentro de esa zona, lugar que le vería crecer y construir todo un patrimonio en torno a su localidad.

Él siempre fue un hombre entregado y muy del gusto, el tequila que tomaba era Herradura o Cuervo Blanco, sin dejar las labores del campo, le encantaba la agricultura, pero tenía cierta predisposición y encanto por la ganadería.

Hombre de carácter estricto y firme con su familia, supo valorar la amistad que quedó reflejada en la multitud de amigos que hizo a lo largo de los años, prueba de ello fueron las fiestas en honor a su cumpleaños en su rancho “Las Amarradas” donde su casa se convertía en la anfitriona de toda clase de invitados provenientes de todo el estado quienes, se daban cita cada año para honrar más que un cumpleaños, a una amistad verdadera.

Entusiasta de la cacería y músico por afición, solía ir de excursión a la sierra con sus colegas, donde lograba proezas que hoy día son recordadas por su familia por sus ágiles habilidades con el rifle, así como el dominio del violín, instrumento que había aprendido por mérito propio y tocaba para amenizar las fiestas y reuniones.

En la familia misma era conocido por ser asiduo a la bebida y la celebración, pero independientemente a ello, nunca descuidó sus tierras y siempre se mostró agradecido con las bondades que esta le brindó, teniendo una vida holgada. Su familia recuerda los buenos años, como aquellos donde comercializaba el fruto de sus vacas con la empresa lechera Nestlé.

Para Don José, el campo era más que una porción de tierra, más que un cultivo o un trabajo, era un estilo de vida, un sustento diario al que tenía el mayor de los respetos. Respeto que sabría infundir en la mente de sus hijos, enseñando el valor del trabajo y el aprecio por los beneficios que se podía conseguir de ello.

De la misma forma, cada lado bueno esconde su contraparte, presentando situaciones adversas a las que tuvo que poner frente, como la vez que fue partícipe de un accidente vehicular del cual salió prácticamente ileso, salvo por un ligero daño en la costilla. Historias como estas quedan muchas, todas presenciadas por una generación que atestiguó cada una de ellas.

A la edad de 82 años fallece de forma fatídica a causa de un paro respiratorio. Detrás de él, deja el legado de amor y trabajo por el campo inculcado en su descendencia, ramas de un árbol del que deja de ser parte, pero en cuyas hojas se reflejan las mismas raíces que él construyó.

Recordado como un padre estricto pero atento, hijos y nietos, siempre guardan de él la imagen de un hombre que siempre vio por su tierra, con el semblante emprendedor que se vio accionado en las numerosas tierras que tuvo y en las relaciones que fomentó.

De forma póstuma, en estima al gran cariño que gozó en vida, su familia sigue realizando cada año, una reunión el día de su natalicio, rememorando con comida y bebida aquellas festividades que Don José apreciara tanto en vida, demostrando de esta forma, el legado que perpetuó dentro del mismo círculo familiar.

 

 

Bryan Pichardo Gallegos / El Despertar del Campo

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