Un hombre de campo enamorado de la vida

Si existe algo que defina la vida del campo a través de los tiempos, es, sin lugar a dudas, la humildad de hombres y mujeres sabedores del cariño de la tierra, personas que abrazaban sus cultivos con la misma calidez que un padre a su hijo, pues hijos de la tierra siempre serán.

Donde los paisajes son más bellos, las mañanas más frescas, el verdor de los cultivos más fuerte y el amor era más inocente, romántico, de otra época, una donde la vida era más simple y sencilla, y donde el trabajo fuerte y la unión familiar sin condición representan los valores máximos a seguir.

Hijos del maíz hay muchos, pero esta es la historia de Juventino Espinoza Contreras, claro ejemplo y muestra de una vida que, aunque pasada, nunca estará extinta.

Nacido un 25 de enero de 1934, hijo de Marcelo Espinoza Sifuentes y María Trinidad Contreras de Loera, fue el cuarto de doce vástagos. De cuna agrícola, desde pequeño se familiarizó con las labores del campo de mano de su padre, a quien siempre quiso y por quien tuvo un gran respeto, “era muy apegado a él (su padre), siempre le ayudaba cuando podía” rememora hoy en día una de sus hijas.

Don Juventino solo cursó hasta tercero de primaria, como era la costumbre, dejando momentáneamente el estudio en los intervalos de siembra y épocas de lluvia para apoyar a su familia en las labores del campo, pero aun así, era un escritor nato y un hombre hábil con los números.

Nunca regresó al estudio, a pesar de que era consciente de su importancia para salir adelante en la vida.

Con su padre solía cultivar trigo principalmente, para más adelante dar paso al chile, que se volvería su fuerte, en especial el chile ancho el cual solía vender en grandes cantidades y se convertiría en un cultivo constante a lo largo de su vida.

A la edad de 21 años, prendado en el amor más sincero, Juventino se casa con Esperanza González López, mujer de la que siempre estaría orgulloso y a la cual, como buen hombre romántico propio del mexicano más clásico, del amor a la antigua, dedicaría innumerables cartas de amor, mostrando así sus dotes literarios.

Fruto de ese amor nacerían nueve hijos, a los cuales inculcó el amor a los campos e instruyó en la siembra, así como los principios propios de la familia campestre y un profundo sentido religioso y devoto a la Virgen de Guadalupe, fe que heredó de su padre, tan grande que cada año partía en peregrinación a la Basílica acompañado de amigos y familiares. Perteneciendo además a varios grupos religiosos a lo largo de su vida.

A pesar de contar con cultivos propios para sacar adelante a su familia, nunca dejó de ayudar a su padre, guiado por un fuerte sentido de apego familiar, digno de los buenos hombres campiranos.

Hombre de costumbre social, aficionado al rodeo y los bailes, solía frecuentar junto a su esposa las ferias de San Marcos y las de Guadalajara.

A lo largo de su vida solo realizó tres diligencias a territorio americano por motivos comerciales, pero nunca fue su intención trabajar allá, “para él la vida aquí era más bonita” rememora su hija.

Los aromas del cultivo y el roce de la brisa en su rostro tenían sobre él un efecto hipnótico sin igual, el campo era para él más que un sembradío, más que una porción de tierra, para Don Juventino aquello significaba la vida entera, significaba el luchar día con día para salir adelante con su familia.

No importaba que tan adversos fueran los tiempos, como aquellos en los que, en medio de un periodo de sequía y envuelto en deudas, tuvo que vender uno de sus terrenos, o la ocasión en que su padre falleció, golpe que le afectó bastante; no importaba todo eso, pues él sabía, en el fondo, que bastaba el trabajo duro y un poco de fe para superar cualquier problema… “Lo que se sabía hacer se tenía que hacer con gusto y bien hecho, que Dios es servido y él todo lo dispone” solía decir.

Lamentablemente, en ocasiones la vida tiene sus deslices y don Juventino desarrolla problemas de salud relacionados a los riñones, aunque estos ya venían desde edad temprana, el paso de los años le cobraría factura en su adultez. Librando una lucha contra ella a través de 12 largos años.

Don Juventino perdería finalmente la batalla, falleciendo un 5 de mayo de 2005 a la edad de 71 años, a escasos días de su celebración por 50 años de matrimonio.

Su hija y su familia entera lo recordarán por siempre como el hombre y ejemplo que fue para ellos, vivo recuerdo de todas las virtudes que un hombre de vida de campo debe tener, muestra fehaciente de épocas pasadas, tiempos más nobles y románticos, pero sobre todo, vidas más humildes.

“Él había sido muy feliz con ella (su esposa) y estaba muy orgulloso de lo que había hecho con su vida”.

 

 

 

Bryan Pichardo Gallegos / El Despertar del Campo

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