Ejemplo de superación entre un mar de adversidades
Cuando los ideales y las ganas de salir adelante ante la adversidad son lo bastante fuertes, pocas son las cosas que pueden llegar a doblegarlo.
Tales ideales fueron aquellos que representaron la vida de J. Jesús Pérez Carrillo, nacido en tierras zacatecanas un 26 de septiembre de 1933, siendo el cuarto vástago de una descendencia total de 9 hijos, todos frutos de Carlos Pérez, originario de Durango, y María Félix Carrillo, de tierras jerezanas.
Ya desde pequeño, mostró un interés genuino por la tierra que lo vio nacer, por todo lo que conlleva la noble labor de la agricultura de mano de su padre; y un gusto y aprecio por la educación, elemento que siempre consideró importante en la formación personal.
Pero sería a la edad de 14 años que la tragedia sacudiría su vida de forma inesperada; con el fallecimiento de su padre a causa de un infarto y el percance con una hermana suya que deriva en la hospitalización de la misma, Don Jesús Pérez se ve obligado a abandonar la escuela para tomar un rol protector de su madre y hermanos, viéndose en la necesidad de abandonar su tierra para laborar en el país vecino como bracero y tractorista.
Los años ajenos a la patria no merman su convicción, siempre decidido a retornar a casa, a cumplir su papel y sobre todo, a llevar consigo un mañana mejor a toda su familia.
Al regresar a México, se rencuentra con su tierra, con su elemento y comienza de forma humilde trabajando los cultivos de sus cuñados antes de laborar los propios. Hombre de propósito, sus hijos rememoran sus anécdotas de aquellos días lejanos, de aquellas noches largas en los duros inicios, donde Don Jesús pasaba en vela las horas al lado del pozo a motor, forjado de sus manos, en sus tierras, herencia de su padre, cuidando que este funcionase; simbología perfecta de un hombre que, ante las tinieblas de la incertidumbre y las adversidades, permanece en vela, manteniendo la esperanza viva como el motor de un pozo.
Siempre consciente de la importancia de la educación, se encargó de darle estudio a todos sus hermanos, apoyándolos en su superación, ofreciéndoles lo que él no pudo tener en su momento; en retribución, y reconocido como un maestro de vida, recuerdan sus hijos la imagen de como generaciones enteras acudían en su búsqueda por la sabiduría que un hombre así podía almacenar.
Y él, por su parte, siempre supo ofrecer lo que un agricultor posee de cuerpo y alma; porque para él, el campo era un sueño, algo que siempre llevó en la sangre, en el corazón. En ocasiones le fueron ofrecidos cargos políticos y puestos académicos, pero declinó cada uno de ellos consciente de que no era lo que lo llenaba, “por eso siempre siguió el campo toda su vida… su fuerte era la agricultura”.
A la edad de 26 años Don Jesús cae prendado en el amor, contrayendo matrimonio con Ema Hernández, compañera de vida con quien procrearía 5 hijos, todos heredando el mismo cariño a la tierra que el sintió durante toda su vida.
La rutina de Don Jesús se ve marcada por la precisión y la entrega; a las 5 de la mañana inicia la jornada en aquello que siempre amó, volviendo para el desayuno y terminados los asuntos pendientes, retorna a la tierra, para terminar el día regresando a casa, a cenar y compartir con la familia que forjó.
Y es este núcleo, el familiar, el que siempre significó tanto para su persona, el que lo motivó cada mañana y que crió y cuidó como al mejor de los cultivos, viendo germinar de ese cariño el agradecimiento de un legado que siempre valorará sus enseñanzas.
Aquello da paso a un padre ejemplar, figura e ídolo entre sus hijos quienes lo recuerdan con gran cariño, “nos enseñó valores, nos educó… nos enseñó a trabajar, a no darse por vencido, todo se puede lograr”. El legado de sus acciones, de sus consejos siempre permanecerán en sus palabras, en sus frases, “no se dejen, todo pa’ delante”.
Aficionado a los deportes, Don Jesús permanecerá en el imaginario popular de las ligas profesionales bajo el nombre de Jesús, el “Zurdo Pérez”, al haber pertenecido a la selección del Estado de Zacatecas. Bueno en el deporte ráfaga, en su momento se vio obligado a dejarlo, a pesar del apoyo que se le ofrecía, para incursionar una vez más en el país del norte.
Nunca volvió a retomar un partido; de ese terreno, solo quedaron los días de enseñanza a otros niños y una marcada afición a ver las ligas mayores, “le gustaba ver los partidos de béisbol y el box… veía las grandes ligas, se desvelaba viendo en la tele esos deportes” rememoran sus hijos con gusto.
Pero los años pasan y con ellos, los estragos de la edad se dejan ver; el positivismo de su alma poco se doblegó ante las enfermedades, y ya grande, recuerdan, gustaba de ir al campo acompañado de sus hijos, en ese entorno ya no trabaja, pero sigue ofreciendo la sabiduría que por años acumuló.
Y así es como una vida bien vivida, con la paz de haber recogido los frutos de la cosecha de su existir, llega a su fin un fatídico 27 de mayo de 2017, noche en la que Don Jesús Pérez, de 83 años, sucumbe ante un infarto respiratorio en casa, mientras veía un partido de béisbol.
Por siempre perdurará su ejemplo ante las adversidades de la vida, como alguien que, a pesar de la tragedia, de aquellas que hunden a los hombres, siempre mantuvo un atisbo de esperanza y positivismo en sus ojos, consciente de que basta el deseo de superarse para poder salir adelante; recordado por siempre como un deportista, padre ejemplar, hombre de mundo y triunfador sobre las dificultades, pero, sobre todo, un verdadero agricultor.
Bryan Pichardo Gallegos / El Despertar del Campo