El camino del guardián histórico de un municipio
El campo, tan viejo como legendario, carga con los sueños del hombre y los recuerdos del tiempo; como el vigilante silente cuyos ojos y oídos se esparcen en cada hoja, en cada rama, en cada puño de tierra. Y de forma homónima como fiel guardián de sus obras, emerge la figura del cronista, testigo de los cambios y protector del legado de un espacio y tiempo en particular.
Esta es la historia de Arnoldo Villaseñor Reyes, quien iniciara sus andanzas como hombre de visión y profundo amor al campo y a la historia; y terminara hoy día con el nombramiento de cronista oficial del municipio de Calera de Víctor Rosales, Zacatecas. Entregado a su pasión por el legado rural que brindan las tierras que le vieran crecer.
Nacido un 7 de marzo de 1973, un miércoles de ceniza, Arnoldo llegó al mundo como el último de un linaje de ocho vástagos; descendencia de Jesús Villaseñor de la Rosa, personaje de reconocida trayectoria dentro de la historia del municipio.
Desde pequeño, en la línea de trabajo de su padre, Arnoldo tuvo contacto con el campo bajo una perspectiva distinta. Tirando más a la apreciación y al encanto que solo un niño puede encontrar en un entorno rural en el cual comparte ese sentimiento de pertenencia; “jugaba entre las costaleras… me llevaban al deshierbe del frijol… iba constantemente al campo a recoger el kilo”. Tiempos tradicionales y simples, al margen de una evolución de la que ha sido testigo y que ha mirado con especial interés. La semilla de la curiosidad por el pasar del tiempo y lo que este deja ya se mira como los tiernos retoños de una cosecha en ciernes.
De sus años académicos en educación básica, guarda en sus memorias aquellos momentos de pinta, donde, acompañado de los tractoristas, tomaba camino al campo para el laboro, sacrificando así el día escolar de entre semana; añorando los sábados, entregados en su totalidad a largas citas con la naturaleza.
Pese a sus experiencias y faltas escolares, siempre fue amante del aprendizaje y con apenas 15 años, termina sus estudios como contador privado. Hoy día sigue en constante capacitación, consciente de la importancia de la formación y el hambre por el estudio que uno debe tener.
Durante su tiempo de practicante, recibe el sabio consejo de ser emprendedor para lograr “trascender” y ser alguien en la vida; de menospreciar el conformismo y apelar al logro personal por cuenta propia. Consejo que siempre guardará y será guía en su accionar del día a día.
Por ello, y desde los 15 años, trabajó con su padre como contador de surcos. Y con el tiempo, lo que fuera de su progenitor pasaría a ser de él. Sobre las tierras, reflexiona sobre el constante negativismo que permea entre el gremio agrícola acerca del concepto desesperanzador que se tiene; “el campo es una pasión, es vocación; el campo es generoso y es tener mucha fe en Dios”. Su rutina es muestra de la perseverancia que esta línea de trabajo demanda, iniciando sus actividades a las 4 de la mañana y terminando hasta que la noche era algo total y profundo.
Pero no todo salía a pedir de boca, y como reza el dicho, las desgracias pocas veces llegan solas. El primer golpe lo sufre con la pérdida de su madre un 23 de junio de 1998, a causa de un cáncer de matriz, pérdida que le afecta en gran medida por la gran importancia que ella tenía en su vida; “es curioso ver, como a uno como hombre le afectan más estas cosas… un hijo está más apegado a la madre… esos días me tragué el dolor para dar el apoyo que mi familia necesitaba”.
Ante esta dolorosa situación, cayó sobre él una gran responsabilidad que debió de encarar con temple; pero en las noches, en la intimidad de sus memorias, recuerda aquellos tragos amargos donde ablandaba su faceta con alcohol y, sumido en el estupor de sus efectos, solía brincarse los muros del panteón para llorar sobre la tumba de la mujer que le diera la vida. “Fue una herida que todavía no cicatrizo” comenta al rememorar tan lastimoso evento.
El segundo golpe vino con el delicado estado de salud de su padre; situación que, más allá de las complicaciones, sirvió de causa para derivar en una situación de vínculo y más cercanía con él. En ese periodo, Arnoldo quedaría al frente del campo y demás tareas que antes recayeran en su padre. De su progenitor, siempre recordará con satisfacción el acto congénere que tuvo cuando su padre perdió los riñones a causa de la diabetes y él, en calidad de consanguíneo, le donó uno allá por el año 2002, dando así un respiro y prolongación a la existencia de su padre; “me siento satisfecho por lo que hice por él”.
Los exámenes duraron un año para probar la compatibilidad del órgano, pero al final, el trasplante fue posible y ambos se embarcaron en una odisea médica tan osada como peligrosa; “juntos entramos y juntos nos vamos… es lo que me dijo mi padre antes de la operación”. Para fortuna de ambos, todo salió sin contratiempos; pero el negocio no para y debe volver al trabajo sin guardar siquiera reposo como le indicaran los médicos por estar al pendiente de su padre.
Pero el reloj sigue corriendo y fue hasta aquel fatídico día en el 2005 cuando la arena del reloj vital dejó caer el último grano y llegó a su culmen con su deceso. En retrospectiva, Arnoldo se queda con un último pensamiento a modo de reflexión; “vale la pena luchar por un minuto más de vida… imagina, por tres años, valió totalmente la pena” aclara en referencia a su trasplante.
Y así, con ambos progenitores en otra vida, Arnoldo Villaseñor Reyes se mantiene al frente del negocio familiar. Pero fruto de aquello, del contacto con el campo y con el legado familiar que le deja; nace una inquietud nueva, una inclinación histórica que se alimenta del deseo de reconocer, preservar y postular la historia de sus orígenes por medio del monumento a la memoria. Iniciando así, una nueva faceta que lo encaminaría a ser el vigilante de la historia de todo un municipio.
Espera la 2ª parte de esta valiosa y fascinante historia, en próximas ediciones…
Bryan Pichardo Gallegos / El Despertar del Campo