Visión patrimonial de la agricultura

La domesticación del espacio natural por la agricultura y la ganadería se remonta al Neolítico; desde entonces, durante miles de años, las sociedades humanas se han adaptado al entorno desarrollando elaborados sistemas agropecuarios, algunos de los cuales se han perpetuado hasta hoy dando lugar a un valioso legado cultural y permitiendo la conformación de paisajes de gran belleza. El devenir de las prácticas agropecuarias ha generado, a su vez, un rico patrimonio inmueble, como son los llamados monumentos de la agricultura (cortijos, haciendas, lagares, molinos, bodegas, almazaras, azucareras, secaderos…), y un repertorio de saberes, oficios y tradiciones cuyo carácter intangible le incrementa su relevancia cultural e histórica.

Esta consideración patrimonial de la agricultura resulta, no obstante, muy poco habitual, tanto en el mundo científico y académico, como desde la perspectiva de las instituciones.

La visión elitista y desterritorializada que hasta no hace mucho se ha tenido de patrimonio histórico; su tradicional asimilación a la herencia de otras épocas, poco aplicable a una actividad viva y dinámica como la agricultura; la visión dual dominante en el mundo del patrimonio centrada, por una parte, en los elementos más emblemáticos de las ciudades (patrimonio cultural) y, por otra, en espacios de reconocido valor naturalístico (patrimonio natural); la desatención a las manifestaciones culturales del mundo rural; la dificultad de gestionar desde una perspectiva institucional espacios amplios y funcionales como los ocupados por los cultivos…., están en la base de esta situación. A lo que cabría añadir, desde la perspectiva de la agricultura, la primacía otorgada desde los albores de la modernidad a su funcionalidad económico-­productiva en detrimento de su significado patrimonial y su asimilación desarrollista a la degradación ambiental y cultural.

Hoy se asiste a una tímida superación de este desencuentro de manos de: 1) la ampliación del concepto de patrimonio histórico; 2) la reconsideración de la agricultura como una actividad plurifuncional que, además de proporcionar alimentos, atesora otros valores (culturales, paisajísticos, patrimoniales…) y desempeña otros cometidos (preservación ambiental, equilibrio territorial, provisión de espacios de ocio y esparcimiento…); y 3) la creciente atención dispensada a la valoración patrimonial del paisaje, incluidos los paisajes de la agricultura.

Tales planteamientos han dado lugar a un debate con dos focos preferentes de atención: la contribución de la agricultura al mantenimiento de la biodiversidad en espacios afectados por alguna figura de protección ambiental y la valoración del patrimonio ­natural y cultural­ como argumentos de promoción turística y/o como activos para el desarrollo. Mucha menor atención ha merecido, en cambio, la consideración patrimonial de las áreas de cultivo, a pesar de tratarse de una lectura también implícita en las dinámicas antes referidas.

Agradecemos su atención, y los invitamos para que nos compartan sus comentarios, tratando de crear con ello un vínculo dinámico que promueva una mayor pasión por el campo y sus valores.

El Despertar del Campo, La Nueva Visión Del Agro…

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