Linaje agrícola, pionero de la viticultura
La producción de vino es una de las artes agrícolas más longevas que datan desde los inicios mismos de la agricultura civilizada. Es por ello que hoy día goza de una gran reputación y popularidad por todo el mundo siendo una bebida universal que se ha visto inmiscuida en los grandes momentos de la historia humana.
Pero es el arduo camino que su fabricación representa el que no todos los hombres están dispuestos a recorrer. Para caminar por esa senda se ocupa un temple tan duro como las barricas de madera que contienen al milenario licor; temple y un deseo tan potente como aquel que caracteriza a Ricardo Álvarez Jiménez, emprendedor de profesión y viticultor apasionado por los vinos de gran clase.
Nacido en la capital mexicana un 9 de enero de 1969, emigra a temprana edad hacia Baja California. Siendo el segundo de cuatro hermanos, Ricardo Álvarez se cría en el seno de una familia con largo linaje agrícola; cuatro generaciones de productores de leche corriendo por sus venas le han dejado un especial interés y gusto nato por la tierra, “yo creo que se nace con eso, el gusto por el campo, no ha todo el mundo le agrada… es un tema que uno ya lo trae en la sangre”.
Sus interacciones tempranas se remiten a los momentos donde comenzó apoyando a su padre en los establos, siendo atraído por el tema de las vacas, de la siembra y en especial por el consumo del vino que se daba en las tierra del norte mexicano donde se veía como algo regular, lo que termina derivando en una perspectiva distinta acerca de la figura que la inmortal bebida representa y que mantiene hoy en día; “es un tema agrícola, a veces la gente le pone el elemento “fashion” pero creo que ya es tiempo de quitar ese concepto, el vino es una bebida que debe tomarse de preferencia todos los días, es un alimento… en Europa se toma en las comidas y es tan básico como la leche”.
Es a la edad de 14 años cuando llega a tierras hidrocálidas y a partir de ahí comenzaría el desarrollo de una pasión oculta que añeja y fermenta en su mente como un buen vino. Mientras tanto, en el lapso de su vida estudia y alterna su tiempo con el trabajo; aprende y hereda las lecciones de su padre, formación que pondría en práctica el resto de su vida teniéndolo como ejemplo de gran admiración. Pero las responsabilidades crecen y llegado el momento se ve en la necesidad de abandonar los estudios para tomar las riendas del establo y otros ranchos en nombre de su padre quien se ausenta del estado por cuestiones de trabajo; aun así, no deja de aprender, el campo lo forja para las metas que vendrán después.
Sería hasta el 2005 cuando emerge como un interés que definiría su vida y dirigiría sus esfuerzos y anhelos. La idea era tan simple como elegante; cuatro amigos envueltos en la faena vinícola como una prueba a su curiosidad guiados solo por un gusto natural y puro hacia el violáceo licor. Y fue ahí, en medio de la amistad donde la idea germinó como la semilla de la uva más pura de la cual terminaría brotando un torrente de satisfacciones que solo se igualarían al sabor del vino más exquisito que un hombre puede aspirar a probar; el sabor de la satisfacción de ver delante de él como un ideal se materializa dando frente a toda la tempestad que se pudiera padecer.
El camino no fue fácil; romper con la tradición lechera le valió las críticas de su familia quienes no creían en un proyecto tan emergente como riesgoso, y el comienzo sin equipo, capacitación y sin insumos les dio una pequeña muestra de las diversas adversidades que se vislumbraban en el horizonte.
Pero el resultado de aquel experimento fue factible y se avocaron a la compra de parras, equipo y demás materiales logrando salir al mercado al año siguiente con su primer vino: Tabla 1. De esta forma el señor Álvarez se convierte no solo en viticultor, sino además en pionero de la producción vinícola desarrollada en el centro del país; “el tema de la viticultura es apasionante, tanto como la enología, yo pienso que el vino se diseña y se elabora en el campo… en una bodega solo se transforma, se hace fermentación, pero lo principal viene del campo”.
Y así, a lo largo de 15 años en medio de tan noble labor, Ricardo Álvarez se ha visto en los amaneceres serenos y ha cruzado los negros días que la naturaleza le da. Con plena admiración recuerda aquellas ocasiones donde el triunfo lo miró a la cara como aquella vez donde logró ver, contra todo pronóstico, como las diversas variedades de uva se adaptaban a las tierras hidrocálidas.
Del mismo modo, presenció los malos días como aquel lejano 2012 donde las heladas de aquel año terminaron con gran parte de la cosecha, cerca de 7 hectáreas afectadas por las inclemencias del tiempo. De esta labor reconoce todas las complicaciones que pueden derivar de la producción agrícola; las plagas, el clima, etc., pero es justo en medio de esa oscuridad donde radica su principal satisfacción a sabiendas que detrás de cada botella que sale al mercado se encuentra el arduo trabajo de cientos de personas. El brillo del sol embotellado puesto a disposición de paladares mexicanos.
En su propia percepción, el trabajo de la viticultura sigue siendo un experimento que comenzó aquel día hace más de una década y del cual, desde entonces, no ha dejado de aprender año con año. Y a manera de legado contempla con optimismo el deseo de ver el crecimiento de la viticultura en Aguascalientes, mostrándose alegre de todo aquel que incursiona en él proveniente de toda clase de profesiones.
“Eso tiene el vino, atrae a mucha gente de muchos sectores y nos une en el tema de la viticultura y la enología… Aguascalientes tiene futuro en el vino, existe mucho campo para explotar; lo que ahora existe solo es el inicio de todo este ramo”.
Hoy día sigue fermentando su historia dentro de las barricas del trabajo duro, historias que, al igual que los mejores vinos, demuestran ser mejores por sus raíces naturales y el pasar de los tiempos.
Bryan Pichardo Gallegos / El Despertar del Campo