Legado de identidad y orgullo de una verdadera mujer de campo

Pocas veces en la vida tiene uno la fortuna de encontrarse con personajes únicos, figuras emblemáticas nacidas de la tierra con el destino de dejar huella en este mundo a través de historias de vida que dejan sin aliento e inspiran a superar las adversidades con tenacidad y valor, tal como lo ha demostrado Doña María Magdalena Pérez Palacios, digno testimonio y ejemplo de amor y dedicación.

Viendo el sol por primera vez un 29 de mayo de 1931, Doña María nace siendo la quinta de diez hijos, producto del matrimonio de Pedro Pérez Muñoz y Tomasa Palacios Hernández, en las coloridas tierras del Salitrillo, en Pánuco, Zacatecas; “al llegar a este mundo mi albergue fue el potrero, oía relinchar caballos y bramidos de becerros”.

Desde temprana edad, demostró un talento innato hacia el campo, facultad que fusionaría con la pasión y el cariño por el quehacer agrícola y ganadero, derivando en una fortaleza y temple tan sólidos como las más arraigadas de las raíces.

Con placer recuerda como, con apenas 7 años, arrimaba el ganado al corral a deseos de su padre, siempre montada a caballo, labor que se le daba por naturaleza y que disfrutaba plenamente; para ella, el sentir la brisa del viento acariciando su rostro y el andar del caballo a sus pies le proporcionaban una libertad, de aquellas que solo los hijos de la tierra pueden apreciar. A pesar de su placentero desempeño en el campo, su madre nunca estuvo convencida de su participación en el trabajo de sol a sol, pero la necesidad familiar le permitió disfrutar de los verdores del agostadero por mucho tiempo más.

Cuando llegó el momento de adentrarse en el estudio, ella ya llevaba ventaja, su conocimiento en la escritura y la lectura, aprendidas desde casa, le hicieron avanzar con facilidad en el instituto; lamentablemente, cuando tenía 15 años, mientras estudiaba en la capital zacatecana, se desató una epidemia que representó importantes pérdidas en el ganado familiar, haciendo que su padre, temeroso de verse en una posición comprometedora al no poder costear su formación académica, se sintiese obligado a retirarla a pesar de las súplicas de sus educadoras, quienes vieron en ella todo el potencial que desde entonces ya asombraba a propios y extraños. Siempre guardó en su interior la inquietud de concluir su formación, pues era consciente de la importancia de la educación en la vida de las personas, pero sus otras tareas le absorbieron por lo que este tema tuvo que ser dejado aparte, aunque no olvidado para otro momento.

Doña María también manifestó desde chica su habilidad en el tiro con rifle o pistola adquirida de forma autodidacta, y como una auténtica mexicana, siempre ha sido aficionada al baile y a la música regional de banda y de tambora; además, como una mujer diestra en la equitación, ha demostrado una pasión sin igual hacia el deporte nacional por excelencia, la charrería, gusto que ha sabido trasmitir a su descendencia, como un verdadero arte que sigue transitando de generación en generación, pasando de padre a hijos, y de hijos a nietos, con el deseo de perpetuar un linaje que lleve marcado en la sangre la gallardía y la entrega de los hombres de a caballo.

“Es lo único que me gusta… la charrería es mi gran pasión, es algo que realmente me encanta y que no lo cambio por otra cosa, soy una aficionada de corazón”. Desde pequeña dominó el arte de florear la reata, de jinetear y lazar, practicando con los becerros del corral, casi de forma secreta, ya que su padre era serio con las labores del campo, pero ella, incansable, se hacia el tiempo para perfeccionar su técnica; aprendiendo, además, de su hermano el más grande, quien era charro, y de quien con ternura y nostalgia recuerda cuando él solía llevarla de reina a los coleaderos y ella, siempre atenta, observaba las virtudes y destrezas de aquellos que considera como unos verdaderos hombres de honor.

Y sería precisamente en un coleadero el lugar donde Doña María, a la edad de 17 años, conocería al amor de su vida, la otrora leyenda de la charrería, Don Benjamín Gurrola Galván, hombre de destacada trayectoria a quien le profesaría su devoción casándose tiempo más tarde. Fruto de su unión nacieron 14 hijos, a los cuales educaron con apego y mano firme, inculcándoles desde siempre el amor por el trabajo y por su tierra.

El cambio radical que para ella significó su matrimonio, fue el acontecimiento que desencadenó en su persona la necesidad de iniciar a redactar un diario, en el cual comenzó a plasmar sus pensares y sentimientos acerca de su situación, en ese momento se convirtió en la cronista de su propia vida, y con ello la semilla de la futura escritora quedaría sembrada.

Después de sus nupcias se traslada al municipio de Morelos por un tiempo, época que recuerda con especial desagrado, ya que siendo una mujer con el campo en el corazón que ha visto todos sus amaneceres entre los frescos horizontes verdes, le causó poca gracia el tener que vivir en suelos más urbanos; “yo no estaba acostumbrada a vivir en comunidad, entre la gente, a mí me gustaba andar en el campo a caballo, eso era lo que a mí me encantaba… cuando me muera, le voy a pedir a Dios que me regrese esos años que viví en Morelos para seguir viviendo en el campo”, afirma entre risas una verdad que desde siempre pregonó en sus pensamientos.

El paso del tiempo le daría la razón, y con esfuerzo arduo y constante, logró obtener sus tierras en el año de 1957, a inmediaciones de Las Catarinas, localidad perteneciente al municipio de Fresnillo, Zacatecas; suelos sobre los cuales erigiría junto a su esposo, el patrimonio legendario que hoy alberga cientos de recuerdos dentro de las blancas y míticas paredes de su rancho querido, El Herradero, cuna de su destacada familia.

Comenzaron desde cero y cargando ya con 5 de sus hijos, pusieron todo su empeño en la obra; desyerbando a mano la tierra, con el sueño y la esperanza de un mañana mejor que les permitiera brindar techo y sustento a los suyos, impregnando así su huella, como una mujer franca y sencilla que no se vence a la primera ante las adversidades, que es tan firme como el suelo mismo que ha luchado por tener, segura y resistente como un pilar. “Me las vi a puños… a pesar del sufrimiento, de tanta batalla, con tanta criatura, así de todos modos yo era feliz, y soy muy feliz todavía”, resume en pocas palabras su sentir, y su mirada lo confirma.

Para Doña María, la vida ha estado llena de dificultades que nunca contempló, pero ante las cuales supo plantarse fuertemente, realizando enormes sacrificios con gran amor, empeño que a su vez le ha traído satisfacción y orgullo, logrando las metas que en el trayecto se ha propuesto.

Su mente se nubla con el recuerdo de los años en que su marido se vio en la necesidad de hacer incursiones en el extranjero, teniendo que volver a la casa paterna, la familia de siempre, pero que jamás volvió a ser lo que una vez fue; “me sentí como arrimada… fue una mala experiencia”. Pero cual tormenta que da paso a la floración, Doña María se llevó de este trago amargo una valiosa experiencia más, con la fuerte lección de regresar a su hogar, resignándose a lo más duro, contando solo con su pareja y su familia, sin nadie más, lo que dio pie a la frase que se convertiría en uno de sus lemas de vida, un singular sello de su persona, “hay que salirle al toro como venga”, muestra de una ideología que la mantiene alerta y sin miedo a los problemas presentes y venideros, con mañanas que seguramente traerán consigo un sinfín de preocupaciones, sorpresas ásperas pero también gratas, colmadas de alegría y satisfacción, las cuales sin duda enriquecerán esta bella y meritoria historia de vida que sigue escribiéndose sobre las páginas del libro de quienes siempre han llevado en su alma y corazón la pasión por los frutos de su tierra.

Mujer emblemática que es un digno testimonio y ejemplo de amor y dedicación, con una fortaleza y temple tan sólidos como las más arraigadas de las raíces, quien ha plasmado una inspiradora historia de vida que deja sin aliento e incita a superar las adversidades con tenacidad y valor.

Espera la segunda parte de esta fascinante y motivadora semblanza, en próximas ediciones…

 

 

Bryan Pichardo Gallegos / El Despertar del Campo

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