La unión familiar, herencia de generación en generación

El campo es vida, es amor y sobre todo, es unión; esa es quizá la enseñanza más grande que Julián Hernández Murillo aprendió de toda una vida en el campo.

Nació un 28 de agosto de 1967, como el sexto de ocho hijos del matrimonio de Andrés Hernández Serrano y Rafaela Murillo Muro. A la corta edad de 6 años ya apoyaba a su padre en las labores del campo, desde ese momento, quedaría prendado con un gusto genuino por la tierra, y presenciaría en vida propia la fuerza de la unión familiar por herencia, vigente desde su abuelo, Andrés Hernández Soriano, pasando por su padre y continuando aún con sus propios hijos.

A partir de entonces dedicaría sus tardes y fines de semana a continuar aprendiendo los trucos de la siembra, hasta la edad de 12 años donde acudía por su cuenta con sus hermanos a trabajar en el campo, en las cosechas de la familia compuestas principalmente por cebolla, chile, ajo, frijol y maíz. Predominaba sobre todo, el ajo, siendo su padre, pionero en el cultivo del ajo criollo. Por otro lado, tenían la crianza de ganado ovino y porcino, este último siendo bastante apreciado por su progenitor.

A la edad de 19 años, se ve obligado a dejar la carrera de agronomía, en la cual duró dos años, esto a causa de que su padre cae enfermo, teniendo con ello que tomar la batuta en el campo junto a su hermano, para cubrir a su padre en las labores, entrando así de lleno a la vida agroproductiva.

A los 26 años contrae matrimonio con Margarita Ramírez Sotelo; fruto de dicha unión nacerían tres hijos. Dos años después, a los 28, la vida le daría un fuerte golpe con el fallecimiento de su padre; el pilar de la familia se desvanecía como la antesala de tiempos aún más difíciles.

Con una coincidencia de mala racha del destino, el deceso de su padre vendría acompañado de la devaluación del chile, y las deudas dejadas en créditos para trabajar el campo, le asestaron otro duro impacto, del cual lograría sobreponerse para salir adelante gracias a la unión familiar fortalecida más que nunca.

“Vendíamos las cosechas, con ese dinero comprábamos ganado, lo engordábamos, y con eso pagábamos las deudas”. Tardaron cerca de tres años en recuperarse y al final, tuvieron que empezar desde cero.

El nuevo comienzo vino con algunas mejoras como el remplazo de la cebolla por el ajo al ser más redituable; y la conformación de una sociedad familiar más fuerte, entre Julián y su hermano Saúl. “Siempre hemos estado unidos, las cosechas las hacemos juntos, no cada quien por su parte”.

Y así, además de las mañas del campo, del manejo de las máquinas y las adversidades, el valor que más enraizó en él, siempre será aquel en el que la familia es primero sobre todas las cosas. Donde una unión sin división de generación crece con el verdadero amor, como miembros de una misma cosecha.

Ahora, a sus 50 años de edad, mira hacia atrás en el tiempo y recuerda con cariño las enseñanzas de su padre, las vivencias y las anécdotas, como aquella en el momento cuando le enseñó a usar el tractor, sus nervios propios de un joven de 15 años, la ternura de un padre con la intención de enseñar, el significado de una familia que crece en afecto y unión a la par de la mejor de las semillas.

Y a pesar de que las dificultades se presentan en cualquier momento, como hace seis años donde vivió una mala jugada con la exportación de cebolla a Estados Unidos, jugada que le valió una importante pérdida monetaria, no obstante, nunca ha dejado de creer en lo correcto y de aferrarse a sus creencias; “con la ayuda de Dios aquí seguimos, echándole ganas”

Una de sus mayores satisfacciones, cuenta, es el haber dejado a cargo  de la cosecha a su hijo mayor, el único de los tres que se interesa en el campo, y ver con satisfacción como éste superaba con creces las expectativas. Ahora, como una dinámica sociedad, él junto a su hermano Saúl, su hijo y su sobrino, se hacen cargo de los cultivos y de la crianza del ganado.

“Uno en el campo va aprendiendo mucho… es lindo ver como las generaciones se unen para trabajar juntos, es la herencia que nos han transmitido desde mi abuelito”. En este punto comenta, revive y recuerda las reuniones en casa de su madre años después de la muerte de su padre, las enseñanzas, los años vividos y las esperanzas de un porvenir mejor, más brillante que antes, pero tan unido como siempre.

 

 

Bryan Pichardo Gallegos / El Despertar del Campo

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