Ejemplo e historia de vida que emerge de entre los maizales de la memoria

En la longeva historia del campo, siempre se esconden entre los resquicios de sus eternos maizales las trayectorias y personajes cuyas vidas ejemplifican la cara oculta que pasa desapercibida tras la supuesta cotidianidad, el rostro de la verdadera gente de campo, cuya pasión y entrega sobresale dejando, más que un referente verbal, un preciado legado basado en sus acciones.

De esta forma, es en las idílicas tierras de la perla jerezana, donde nace un 22 de diciembre de 1937, Daniel de la Torre Rodríguez, penúltimo hijo de 6 herederos de una arraigada tradición lechera, bajo el linaje puro de los auténticos hombres de campo; por lo que desde temprana edad conoció el esfuerzo y la dignidad que deja el trabajo arduo dentro de las más extenuantes jornadas.

Es en esas tierras zacatecanas donde deja su juventud, la cual se colmó de valiosas enseñanzas, en tiempos más sencillos, donde la conexión con la naturaleza era genuina y el carácter se forjaba con la labranza de la tierra bajo los rayos del sol; trabajo duro, en mañanas oscuras donde la labor comenzaba en el alba, y el camino del campo a casa dejaba consigo el aroma de la satisfacción al poder apreciar el verdor del suelo y su fertilidad en toda su extensión.

Sus hijos y nietos, vivo testimonio de los días que fueron, rememoran con nostalgia aquellas anécdotas de su padre; de los tiempos en que el trabajo en el rancho era bajo y se trasladaba a la capital para seguir ganando el sustento como cargador de las grandes tiendas y almacenes de la época, o de la forma salvaje en que aprendió a nadar en las bravas aguas del río de Jerez.

Don Daniel, como la mayoría de sus contemporáneos, tuvo la necesidad y la oportunidad de emigrar a los Estados Unidos donde se desempeñó como bracero. Pero las tierras del norte y sus ganancias no lo fascinaron, y sus ideales demuestran que la buena plata obtenida no se puede comparar con la felicidad que le nace al trabajar en sus tierras; la experiencia se sumaría a otras que derivarían en un desagrado hacia la postura de empleado y le animarían a seguir su vida bajo la máxima de empeñar sus energías y mentalidad en el desarrollo de proyectos propios, como un firme emprendedor, aspiración que siempre defendió y enseñó a su progenie.

Y es justo ese cariño y predilección confirmados, tras su incursión más allá de la frontera, lo que le dirige hacia una persona y una vida nueva. Así, a sus 25 años contrae nupcias con Amelia Ruíz Luján, también jerezana que, como él, profesaba un fuerte amor y vocación por el campo, sin temor al duro trabajo que este representa, encontrando de esta manera a su igual, a la compañera de su vida, con quien se empeñaría en el camino para lograr un mejor futuro.

En aquellos tiempos, el terreno de labranza en Jerez era poco y el agua escaseaba, siendo su padre la inspiración, quien lo animó a probar suerte en tierras nuevas, dado que tiempo antes él había migrado al municipio de Calera, donde constató un mejor temporal proveedor de cosechas abundantes en suelos privilegiados.

A la par, también impulsado por su esposa, y con la posibilidad de una mejor forma de vida frente a él, Don Daniel, decide dejar la calidez jerezana y, opta por la fertilidad y el dinamismo calerense, instalándose así de inicio en el Ejido de Las Auras, en el predio denominado popularmente como el 4; intento que se planeaba durara solo un año, pero los buenos resultados obtenidos, comenzaron a sembrar su asentamiento definitivo en la tierra donde eventualmente germinaría su familia, y donde plantaría el resto de sus días para ver sus esfuerzos florecer y producir buenos frutos, logrando así expandirse a nuevos horizontes, pasando con el tiempo a adquirir y dirigir el rancho de sus amores, Linda Vista Taray, próximo a la cabecera del municipio, donde se desenvolvería en el día a día con vigor hasta convertirse en un hábil y sabio agricultor, versado en el arte del cultivo, produciendo papas, cebollas, chiles, frijol y maíz, sabedor de los grandes riesgos que esta actividad conlleva, con tiempos buenos pero también malos, siendo los momentos de éxito pero sobre todo los de fracaso, los que moldearían su temple, firme como un pilar, capaz de levantarse una y otra vez y seguir luchando, incluso nadando contracorriente como lo hizo en las impetuosas aguas del río, extraordinaria fortaleza surgida de la necesidad de sacar adelante a su familia, que fue su más grande anhelo, quienes hoy guardan con respeto y cariño su recuerdo tallado sobre sus tierras que fungen como guardianas de su imagen y ejemplo, el cual describen con una emotiva frase, “mi Nelo, es el hombre y el padre del que siempre estaremos satisfechos y orgullosos”.

Reservado, duro y estricto como padre, tuvo a bien enseñar y heredar a la triada que tuvo como progenie, el pensamiento y la resolución de hacer lo que se podía con lo que se tenía. No adquirir favores o deudas, sino saberse valer sacando el máximo provecho con lo que se tiene a la mano, y con ello lograr conseguir lo que se desea.

Asiduo al arte cinematográfico y espectador casual de las suertes charras, disfrutaba pasar sus domingos asistiendo a la matiné del viejo cine de Calera, o viajando a tierras jerezanas a visitar a sus familiares que permanecían en su tierra natal.

Los días y las noches pasaban y los temporales trajeron consigo nuevos momentos, nuevos retos y recuerdos. Hasta llegado el momento en que hace una pausa en su vida, deja de habitar por completo el rancho y se instala en el municipio por una temporada. Pero en aquella pausa conurbana despertaría una vez más el llamado agrícola y se mudaría, con su mujer y sus hijos menores, de regreso a la tierra donde seguiría haciendo aquello que mejor sabía y para lo cual había nacido, trabajar el campo.

Y aunque el infalible tiempo llegó y con él la partida inminente de sus hijos quienes caminaron para dar pie y formar su propia familia; para él y su esposa el tiempo no era más que una expresión, y el verse inmerso entre frescos amaneceres y sobre la pureza natural del verde, le hacían cómplice de un escenario atemporal, un lugar donde la voz del presente se conecta con sus ancestros, un solo cariño, un solo trabajo, las generaciones de verdaderos hijos del campo presentes en las entrañas de la tierra de las que germina el sustento diario.

Siempre entregado a su labor, trabajó hasta que su cuerpo y fuerzas se lo permitieron. Su alma rebosaba enérgica; pero su cuerpo, los años y las limitaciones naturales que conllevan, le obligaron a dejar la labranza en el ocaso de su vida. Hasta aquel fatídico 17 de abril del 2009 cuando las complicaciones en el hígado hicieron mella y dio su último suspiro.

Y así, antes del término de la primera década del nuevo siglo, Don Daniel de la Torre partió a ese lugar destinado en el cielo para quienes llevan en el corazón la pasión y el apego a su tierra, y aunque de ella se ha marchado sigue presente al ser recordado con afecto y esmero, no solo como el hombre que emigró en busca de mejores horizontes, ni como el hombre que vivió entre los maizales y los cultivos gran parte de su vida, sino como la persona cuya historia marcó profundamente a sus seres queridos, y que hoy día se sigue percibiendo como el aroma de una huerta recién cortada legando un invaluable ejemplo de amor y dedicación.

Bryan Pichardo Gallegos / El Despertar del Campo

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