Origen y andanzas de un caudillo social por el campo

Existe una frase popular que reza “tiempos difíciles, crean hombres fuertes” en alegoría a la superación de las adversidades y al nacimiento de líderes natos con las destrezas necesarias que el entorno exige. Tiempos que arrojan un halo que da luz y de entre la oscuridad parte un campeón que encamina su vida en la reivindicación de la dignidad de su entorno y todos aquellos que le rodean.

Esta es la obra y vivencias de Manuel Medina Ortega, hombre nacido en la Hacienda de Agostaderito, Aguascalientes, un 21 de mayo de 1958. La mayor parte de su infancia la viviría en un momento de transición entre dos épocas, de las cuales conocería los placeres más gratos del campo y el zumo más amargo de la humanidad.

Hijo de peones de hacienda, fue el tercero de seis hijos, quienes crecieron bajo la sombra de un sistema feudal, viejo remanente de los años previos a la revolución.

Desde pequeño fue testigo de la explotación que la clase laboral agrícola es víctima, de las humillaciones y penurias que sufren. Y más fuerte aún, de la ignorancia que prevalecía dentro del pensamiento del peón promedio con el arraigo religioso un amo al cual servir; “conocí a campesinos que nunca se retiraron más lejos de donde se dejara de escuchar la campana de la iglesia”.

Hombre con talento nato en varias áreas de su vida; fue muestra, en aquellos años de infancia, de la dedicación y el esmero empeñado en el trabajo de la tierra. A escasos 6 años ya labraba el campo a dos yuntas, y su padre, viendo una forma de aportar al sustento diario, solía alquilarlo a otros ejidatarios para hacer gala de sus talentos con la siembra, “entraba a la escuela y me salía 3 meses para sembrar y ganar dinero” recuerda.

También encaminó sus energías en otro tipo de trabajos y habilidades que ayudaran a compensar la precaria situación de su niñez. Fue chalán de albañil y aprendió a tocar guitarra, con la que solía subir a camiones y entrar a cantinas para tener una moneda en el bolsillo.

Tiempos difíciles, pero para alguien que ama el campo desde las entrañas, el verse rodeado del verdor y el aroma de la tierra no significaba una tortura, sino un grato sentir; aquella fue una época que vale la pena rememorar: “Etapas muy bonitas que extraño, a pesar de que era un sufrimiento, de todas las carencias… fue una etapa de la que nunca me arrepiento” declara. Sobre el tema de sus padres analfabetas, él siempre se muestra orgulloso de ellos, a quienes considera “sabios sin estudio” y de los cuales aprendió para la educación de la vida. Saberes que no tienen escuela ni precio.

Su contacto con la educación formal era una escuela rural que se mantenía por exigencias del gobierno, pero a la cual los dueños hacendados no miraban con buenos ojos; “los dueños no querían que los hijos de los campesinos tuvieran estudio, que porque se iban a revelar… (el hacendado) solía regañar a mi padre por dejarme estudiar, que eso me iba a “echar a perder”.

Consciente de que solo el estudio podría sacarlo de aquel esquema social congelado en el tiempo, se guio del alma rebelde que obtuvo de nacimiento y emigró a otro ejido donde pudo continuar su estudio, recorriendo tramos de hasta 80 km para poder recibir educación. En ocasiones, acompañado solo de una comida al día.

“En la escuela me decían “el rancherito” … pero yo les demostré de todo lo que era capaz. Ya en la secundaria, el mote cambió por “el cerebrito”, apodo que halagaba su gran capacidad de retención. Hoy día, él mismo acepta que aquel atributo fue clave esencial de sus logros. Logrando pasar de nivel en nivel gracias a las becas que obtenía por su capacidad intelectual.

“Yo fui el único de mis hermanos que tuvo estudio, a los demás no les interesó… “tu estudia y yo trabajo” solía decir mi hermano mayor, era como un segundo padre para mí. Siempre me apoyó y procuró que no me faltara nada”.

Pasando por estados como Guanajuato y Guerrero, Don Manuel terminó sus estudios como profesor y posteriormente psicólogo, siendo dirigente estudiantil, concejero universitario y líder magisterial en el transcurso de su etapa escolar. Ya desde esa edad se vislumbra el furor y el ansia por defender a los menos protegidos; en este contexto, a un sector que siempre ha sido golpeado y menospreciado y al que conocía de primera mano como lo es el campo, “creo que la lucha social la llevo en la sangre” afirma con total seguridad.

Ya graduado, se desempeña como maestro de agricultura, apicultura y otras materias tecnológicas, siempre tratando de infundir en sus alumnos el mismo cariño, el mismo punto de vista que él tiene sobre las bondades y las bellezas de los cultivos.

Estando laborando por tierras michoacanas, se enamora y contrae matrimonio a la edad de 26 años. Pero es a los 27 años, al término de su carrera en psicología, cuando ocurre una vuelta de tuerca que ampliaría sus horizontes y con ello, una nueva forma de ver el mundo. Con un proyecto sobre como erradicar la deserción escolar y esclarecer los mitos y realidades del socialismo, se gana una beca y la oportunidad de viajar a la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) donde pasa un par de años.

De aquel viaje conocería otro estilo de vida, inspirado en el humanismo y la fraternidad entre los individuos, “me considero comunista… este se critica sin conocerlo en realidad. En Rusia tienen un gran sentido de solidaridad, de humanismo, no de voracidad; totalmente lo opuesto al capitalismo” asegura.

Y es en su retorno donde comienza la otra parte de su historia, sus antecedentes como hijo de la tierra y preso de un sistema al que nunca perteneció, dejando crecer la llama de la libertad y la lucha por medio de la educación. Y usaría ese mismo poder para ser el guante y la espada de todo campesino que sucumbe ante al abuso.

Con los antecedentes sembrados, se cierra el capítulo de orígenes y comienzan a andar las páginas que narran la epopeya del defensor, etapa donde nace y crece como la figura que le daría reconocimiento a posterior: ser líder y fundador del “Frente de Lucha Campesina”.

Espera la 2ª parte de este emotivo relato, en próximas ediciones…

Bryan Pichardo Gallegos / El Despertar del Campo

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